miércoles, 27 de agosto de 2008

El hombre del impermeable negro

Soledad, había en su rostro... Tristeza, en sus ojos.
Cada día al caer la tarde, cuando el sol se va acostando en el horizonte y el cielo se viste de un rojo degradé, que va de intenso brillante a opaco suave, el hombre del impermeable negro camina por las callecitas del pueblo. Deambula cabizbajo hasta la estación de trenes, allí, espera por dos horas.
Los maquinistas, los guardas, el boletero,... todos lo conocen y lo saludan con mucho respeto.
Nadie sabe a quién espera, qué va a buscar, los vecinos dicen que espera al hijo que se fue a la guerra, otros dicen que espera a la mujer que lo abandonó. Los más pequeños, temerosos, pensaban que era Rondita, el viejo de la bolsa,... que si no comían o si no se portaban bien, se los llevaría en el tren.
Un día, el señor del impermeable negro no paseó su figura por las calles del pueblo, ni llegó a la estación de trenes, provocando la locura colectiva del vecindario. Para alimentar el chismerío, los vecinos fueron, atrevidamente, hasta su majestuosa casona, siempre en penumbra, pero ese día estaba iluminada, y, se escuchaban los hermosos acordes de un piano.
Música que nunca habían oído.
Al acercarse a la ventana observaron al señor del impermeable, que vestía una blanca camisa de seda, lucía el rostro más radiante jamás visto, y,... tocaba muy dulcemente el piano.
Una niña de cabellos rojizos con rizos muy largos, sacaba de una gran caja papeles, que parecían partituras y se las entregaba con mucho amor al pianista, diciéndole:
«Papá, toca otra». -

Cuento corto de mi autoría. Espero te guste.


1 comentario:

Anónimo dijo...

El tema del hijo pródigo, el hijo que vuelve al hogar después de la ausencia, es siempre un clásico en literatura, porque es un clásico de la vida. Los padres muchas veces, nos creemos omnipotentes, pero cuando ellos no están, toda nuestra energía parece derrumbarse, porque una gran ansiedad se apodera de nosotros: nuestro pensamiento sólo gira alrededor de ese momento mágico del "regreso". Con mis hijos eternamente itinerantes, estoy acostumbrada a las partidas, pero con cada regreso se recrea la misma emoción de la primera vez... Y, una vez que están, pareciera que la vida ha recobrado la armonía perdida y nosotros, los padres, volvemos a recuperar nuestra verdadera esencia...
Norma Cristina